La finalidad de los relatos semanales aquí presentados son de análisis y reflexión para nuestros estudiantes. Por tal razón, todo el contenido de los textos es ficticio y cualquier parecido con la realidad es coincidencia.
Me enamoré de mi profe de Matemáticas
Por: Freddy A. Salazar
En mi examen ICFES, los puntajes en ciencias, inglés, lectura crítica y sociales, estuvieron por encima de 70 puntos, nada mal para haber estudiado en un colegio tan malo como el mío, pero en matemáticas, solo alcancé 45 puntos y la culpa fue de Manuel, mi profesor de matemáticas, no porque no explicara, sino por haberme robado de a poco mi corazón en cada una de sus clases.
Él llegó en reemplazo de la profesora de matemáticas que salía del colegio por cuidar a su bebé, con ella había estado durante todo el bachillerato y sin que sus clases fueran tan buenas había logrado que aprendiera lo suficiente de su área. En ese primer día de clases con él, todos estábamos muy expectantes, los chicos del salón apostaban a que sería de nuevo una profesora y nosotras a que sería un profesor, aunque en el fondo a mí no me importaba, lo único que me interesaba era que nos enseñara bien.
Cuando atravesó la puerta, supe que mi vida cambiaría por completo, era perfecto, su rostro era angelical pero al mismo tiempo una invitación constante al deseo. A medida que avanzaba el tiempo, iba mostrando sus habilidades como profesor, era muy inteligente, además de ser muy respetuoso con sus estudiantes. Su voz era melodiosa y esto particularmente era lo que más me gustaba de él. En cada una de sus clases veía la dedicación que le ponía a cada detalle, su letra, sus números y sus dibujos eran impecables en el tablero y por si fuera poco, sus ejemplos, en una materia tan difícil para muchos, eran claros y divertidos. Muy rápidamente él se convertiría en el mejor profesor de aquél lugar.
Lamentablemente, jamás pude prestar atención a sus clases, tan pronto lo veía, mi mente comenzaba a divagar y a inventar historias. Mis sueños siempre iniciaban cuando él me tomaba de la mano y salíamos corriendo de aquél lugar, disfrutaba los gritos y aplausos de todo el colegio cuando corríamos hacia la puerta. París, Rusia, Buenos Aires, eran solo algunos de los destinos de mi imaginación, mientras viajábamos, reíamos y contábamos historias que finalizaban con besos, sí, con muchos besos, allí todo era perfecto… hasta que el timbre de cambio de clases interrumpía mis pensamientos y volvía a mi amarga realidad.
– Carolina, me dijo en una ocasión con su hermosa voz, ¿puedes pasar al tablero y responder el ejercicio?
Desde luego que yo no tenía ni idea de lo que me estaba preguntando, lo miré con cara de enojada y le dije: – No he entendido nada profesor.
Sentí de inmediato la mirada de mis compañeros, supongo que debía de ser algo fácil de resolver, pero la verdad no quería ni intentarlo, acercarme a él hubiera significado desmayarme a su lado, y, obvio, no quería que eso pasara. Ese día me di por vencida en matemáticas, pero no por eso pararon aquellas historias maravillosas que soñaba junto a él.
Manuel, mi amado profesor, también terminó dándose por vencido conmigo, en un par de veces más que intentó que yo pasara al tablero a resolver alguno de sus ejercicios recibió la misma respuesta de mi parte, por lo que supuso que yo simplemente lo odiaba, y, para ser sincera, no creo que le interesara mucho lidiar con una niña tan inmadura como yo. Al final de cada periodo dejaba un trabajo para subir la nota o para que los que íbamos perdiendo (que era solo yo), recuperáramos matemáticas, así que siempre terminaba pasando su área sin saber absolutamente nada.
Ahora ya no me importa, yo ya me gradué y lo último que supe de él es que había salido del país a hacer un posgrado, lo imagino muy feliz y eso es suficiente para mí, lo malo de toda esta historia fue mi puntaje tan bajo en matemáticas, debo volver a repetir mi examen ICFES y por fortuna, mis padres me contrataron a un buen profesor, eso sí, nada que ver con aquel hombre que tanto había amado en silencio.
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