La finalidad de los relatos semanales aquí presentados son de análisis y reflexión para nuestros estudiantes. Por tal razón, todo el contenido de los textos es ficticio y cualquier parecido con la realidad es coincidencia.
¿Inclusión?
Por: Freddy A. Salazar
Un niño con discapacidad solo quiere que lo traten igual que a todos los otros niños.
Recuerdo muy bien el día de mi accidente, hacía un calor insoportable y Alejandro y yo no habíamos parado de reír. Ahora de adulto, sé que si te ríes mucho es porque algo malo te va a pasar y mi historia concuerda perfectamente con esa creencia.
Eran las 12:00 del mediodía y como siempre, el timbre de la escuela sonó indicando la terminación de las clases, ni siquiera la profesora nos alcanzó a despedir cuando ambos corríamos como locos buscando la salida, ya sabíamos que el último en llegar al portón del colegio era un “huevo podrido”. Alejandro casi nunca perdía, era un niño más alto que yo, pero ese día se tropezó y esto me permitió tomar la delantera. Justo cuando iba a llegar a la meta, escuché a muchas personas gritando, pero cuando volteé a mirar ya era muy tarde, un camión se chocaba de frente contra aquél viejo portón, de inmediato caí y solo desperté horas más tarde.
Allí pasé dos largas semanas de examen en examen, quirófano en quirófano y de consultorio en consultorio. Cada vez que miraba el rostro de algún doctor no veía muchas esperanzas, antes que doctores son humanos y se les notaba la preocupación que sentían por mi estado, mis padres no paraban de llorar y aunque en aquél entonces yo tenía 6 años, comprendía perfectamente que algo no estaba bien conmigo. Solo hasta el día de mi salida de aquel hospital decidieron darme la noticia de que jamás volvería a caminar en mi vida.
Al comienzo de esta tragedia mis compañeros del colegio y profesores me visitaron en casa, me hacían reír y me daban esperanzas, pero sin lugar a dudas, la persona que más disfrutaba que me visitara era Alejandro, él era capaz de sacarle chiste a todo y se notaba que me quería mucho, al punto de sufrir al verme postrado en una cama. Un día me abrazó con todas sus fuerzas y me dijo que lo perdonara pero que no resistía más verme en ese estado y que por eso había decidido no volverme a visitar, yo sabía que no eran sus palabras sino las de sus padres que no lo querían ver sufriendo, y, aunque lloré mucho los siguientes días, entendí que era lo mejor para él.
Poco a poco cesaron las visitas de familiares y allegados hasta que por fin lograron olvidarme, los únicos que seguían siempre presentes eran mis dos padres, ellos se preocupaban mucho por mi bienestar al punto de trasladarnos a otra ciudad para que yo pudiera empezar de nuevo.
A los 2 años de trascurrido aquél fatídico accidente, decidimos de que era hora de retornar al colegio y de nuevo me embargó una gran felicidad al pensar que allí podría existir alguien como Alejandro, y aunque ya no podría correr, de seguro encontraríamos otro juego en el que pudiéramos competir.
Ese primer día iba muy feliz en mi silla de ruedas, por casi dos años había practicado y me sentía seguro en ella, casi no me gustaba que la empujaran ya que eso me hacía sentir dependiente y no quería serlo. Tan pronto ingresé al colegio solo pude ver caras tristes de quienes me miraban, el vigilante, la del aseo, los profesores y claro, ya en el salón de clases, los otros estudiantes.
Ese día, fue el único en el que no recuerdo que me hayan hecho bromas o desplantes, pero desde el segundo día, no pararon nunca los abusos de la mayoría de ellos, por lo general me la pasaba solo, nunca apareció ese “Alejandro” con quien divertirme, y las veces que me sentía rodeado por otros estudiantes era solo cuando se burlaban de mi condición. No valía la pena quejarme con mis padres o con los profesores, esto solo lograba enfurecerlos más y tan pronto se daba por olvidado el asunto volvían a atacar, cubriendo todo rastro para no ser descubiertos. Desde desarmar mi silla de ruedas hasta echarme excremento en la maleta eran algunas cosas malas que me hicieron, nunca entendí porque me tenían tanto miedo, porque el miedo es el único sentimiento que podría explicar tanta maldad en sus corazones.
Esta historia no tiene un final feliz, los que escriben y hablan de inclusión son personas sin discapacidad que creen saber lo que nosotros tenemos en nuestra cabeza. Son felices mostrando los casos exitosos de unos pocos discapacitados que lograron salir adelante, concluyen que el resto de nosotros somos vagos o perezosos, sería bueno recordarles que en el mundo somos más de mil millones de personas con discapacidad y en lo único en que podemos pensar es en hacer lo que queramos sin el temor de ser criticados o juzgados, o peor, que nos miren con cara de “pobrecitos”, todos nosotros merecemos el mismo trato, ni más, ni menos, creo que eso no es mucho pedir.
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