Antes de realizar un PreICFES, el estudiante debe tener clara la carrera que va a estudiar, esto mejora los desempeños que se obtienen en la prueba ICFES Saber 11. El día de hoy, les hablaré de los estudiantes que dicen: – Yo quiero ser médico, que no son pocos. Para ser médico se debe contar con la vocación, no importa si más adelante el estudiante decide ser neurocirujano, pediatra o cirujano plástico, la vocación es una condición básica (pero no suficiente) para ser un excelente profesional dentro de esta disciplina y esta lleva consigo, amar a las personas a las que les prestará un servicio de salud, esto es lo más importante dentro de esta profesión, lamentablemente he observado que muchos estudiantes llegan a decir: – “Quiero ser médico” por convicciones muy distintas y por eso me di a la tarea de escribir esta historia, espero que la disfruten, pero sobre todo, que analicen muy bien los verdaderos intereses que lo llevan a elegir esta u otra profesión.
Dos días en un hospital
Por: Freddy A. Salazar
Fui a urgencias con mi pequeño de 4 años, él llegaba con un dolor de espalda de varios meses y aunque había intentado que este dolor desapareciera acudiendo a médicos domiciliarios y a otros médicos del sistema de salud, ninguno se había tomado el tiempo necesario para hacerle exámenes de rigor, todos sin excepción recetaron ibuprofeno y uno de ellos se atrevió a diagnosticarlo como estrés o fatiga producida por las largas jornadas escolares.
Al hospital al que acudí era un hospital universitario, así que era común ver a estudiantes de medicina de diferentes semestres y tal vez por la situación de mi hijo o por la llamada Ley de Murphy, a todos aquellos muchachos a los que me dirigí durante aquella estadía se les notaba el desprecio por la gente, la arrogancia y su preocupación por ser llamados “médicos” eran más grandes que sus propios deseos de aprender. Recuerdo por ejemplo dos casos, en el primero, me dirigí a un joven con bata blanca que se encontraba de espaldas a mi para preguntarle cuanto tiempo podría esperar antes de que me llamaran para ser atendido, al voltear, pude ver en su rostro la gran molestia que le había producido mi pregunta, tal vez si le hubiera preguntado sobre endoscopias, hemogramas o cualquier otro tipo de examen que estuviera a la altura de su conocimiento la respuesta hubiera sido otra, pero una pregunta tan palurda como la mía solo ameritaba una contundente respuesta de su parte: – Dr. Alfonso, soy el Dr. Alfonso, y no tengo ni idea de cuánto tiempo tenga que esperar, vaya pregúntele a otro, ¿o es que me vio cara de recepcionista?
Su respuesta me dejó atónito, miré su escarapela y allí decía ESTUDIANTE, así que no entendía porque debía decirle DOCTOR. Todas las personas que estaban a nuestro alrededor se quedaron mirando mi avergonzada cara y al cabo de unos minutos, que parecieron una eternidad, se me acercó un vigilante que había visto el incidente y me dijo en voz baja: – Tranquilo, ya no deben tardar en llamar a su hijo. Solo el dolor de padre, al no tener ni idea de lo que le sucedía a mi hijo me hizo olvidar aquél incidente, finalmente, los doctores que lo vieron me informaron que era conveniente dejarlo en observación, le asignaron una habitación y se volvió frecuente durante su estadía que ingresaran doctores de diferentes especialidades acompañados siempre por estudiantes que realizaban las prácticas en aquél lugar.
Cerca de la media noche, sucedió el segundo caso, llegó de nuevo otro de esos jóvenes muchachos de bata blanca, pero esta vez sin la compañía de un doctor del hospital, debía ser como de unos 26 años, de tez morena y debo decir a su favor que se veía agotado, se me acercó y me dijo: – Despierte al niño por favor que lo voy a examinar. Yo me encontraba cansado y con mucho sueño, así que mi hijo debería estar peor, era un niño de solo cuatro años y aparte de su dolor de espalda había sufrido múltiples punzones y exámenes durante todo el día, por esta razón sentía que debía dejarlo dormir. – Lo siento, le dije en tono pausado y tranquilo, si usted desea puede volver mañana y con total seguridad podrá ver a mi hijo.
Volví, en un mismo día, a ver un rostro lleno de ira e indignación, y de nuevo las palabras: – Soy el Dr. Carlos Alberto Martínez Rodríguez, médico residente de este hospital, egresado de la Universidad del Viento, la más prestigiosa de todo el país y si yo le digo, papá, que despierte al niño, lo único que usted debe hacer es despertarlo y quedarse callado mientras lo examino. Ante tales palabras no me quedó otra opción diferente que despertar a mi hijo, quien de inmediato comenzó a llorar, ambos esperamos a que pasaran los 5 minutos que duró su “milagroso examen”, finalmente, sin pronunciar palabra alguna salió de la habitación dando un fuerte portazo, esto dejaba clara su posición de poder frente la mía.
Al día siguiente, opté por bajar mi mirada al piso cada vez que me encontraba con algún residente, estudiante, o incluso alguno que pudiera parecerse a un joven aspirante a medicina, no volvería a ofender a seres tan especiales y sublimes como ellos, de hecho, si debía regresar a aquél lugar, trataría de cargar un látigo para que pudiera tener el honor de ser golpeado, humillado o ultrajado por alguno de ellos, esas horas de lectura, trasnochos en hospitales y clínicas, sumadas a las interminables horas de clases les daba el derecho a sentirse superiores al resto, eso de la vocación y el servicio era un invento que disfrazaba sus verdaderas intenciones, sin embargo, debo anotar que la crítica la centro en ellos, en los que empiezan, no en los verdaderos médicos y doctores que se han pasado años salvando vidas, para ellos tengo mi más profundo respeto y gratitud, de hecho, uno de ellos diagnosticó a mi hijo con una hernia discal que podría ser tratada y allí termina toda esta historia.
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